Asumir que nuestros progenitores también son complicados e imperfectos y que muchas veces son los hijos/as quienes tienen que lidiar con una relación insana, es difícil, sobre todo si se piensa en estas figuras con respeto y admiración. Ser padre y madre supone no sólo engendrar una personita, sino también entregarle durante algunos años, herramientas para que se pueda enfrentar sola frente al mundo de una manera lo más adaptativa posible. De allí que se habla de que la entrega de amor, valores, educación y conocimientos básicos para la vida, son principalmente responsabilidad de la familia.

Sin embargo, en algunos casos esta relación se vuelve difícil, poco armoniosa y lo llamativo de esto es que no son los hijos quienes por rebeldía asumen un papel conflictivo, sino que son los progenitores quienes incurren en acciones poco saludables y donde las críticas destructivas, la manipulación, victimización, las demandas, las sobreexigencias y hasta la competencia se vuelven un lastre que puede acompañar a una persona desde la infancia hasta la edad adulta, marcando o favoreciendo una personalidad determinada.

Podemos encontrar muchos ejemplos de maltrato psicológico; decirles a los hijos/as durante su infancia que no sirven y que no saben hacer nada para luego en su adultez, presionarlos para que actúen de determinada manera, elegirles el destino profesional, la pareja e incluso enfermarse físicamente para retenerlos, son algunos de estas formas de maltrato, en definitiva ejercer el control y el poder sobre ellos.

Como consecuencia de lo anterior, en la edad adulta, estos hijos/as de padres tóxicos serán personas  con baja autoestima, sumamente inseguras, sumisas, con gran sentimiento de culpa  y claramente inestables emocionalmente.

Resulta una paradoja hablar del padre o de la madre como figuras tóxicas porque por esencia se asume que los éstos son amor y comprensión, en definitiva, figuras positivas, de hecho apenas se encuentra literatura sobre este tema.

Se tiene constancia de que este tipo de relaciones “se van incubando desde la infancia” y lo llamativo es que esto “también se da en la adultez”, hecho que permite reconocer que la persona adulta también es vulnerable, no como durante mucho tiempo se mantuvo, que sólo los niños/ as eran sensibles a este comportamiento y los adultos se sabían proteger.

Existen casos de  madres que entran en relaciones de competencia con sus hijas y las comienzan a hacer sombra. Ahí se empieza a dar una relación conflictiva porque en el fondo la madre asume un rol protagonista y la hija con eso se va sintiendo postergada y a la vez incapaz de enfrentar a su madre. De  adulta, esta hija, seguramente, sentirá una gran culpa por tener sentimientos negativos en contra de una figura instituida como positiva y contenedora, su madre.

Estos hijos  e hijas pensarán siempre que les deben algo a sus padres, la postura frente a ellos será de mucha sumisión, desarrollan algunos síntomas de ansiedad y depresión, establecerán relaciones insatisfactorias y con casi seguridad, repetirán el patrón aprendido.

Más allá de cualquier terapia, se define a la confrontación como «el camino a la independencia». Para eso, el hijo/a debe satisfacer cuatro requisitos básicos:

  1. Estar lo suficientemente fuerte como para enfrentar el enojo o la negación (algo típico: «estás equivocada, ¿no te acuerdas que eras una tozuda?»).
  2. Tener un respaldo afectivo lo bastante sólido por parte de otras personas que ayuden en la etapa previa, en la confrontación y en sus consecuencias.
  3. Escribir en una carta lo que quiere decir, ensayarlo y practicar respuestas asertivas y no defensivas.
  4. Fundamental: ya no debe sentirse responsable de las cosas malas que pasaron siendo niño/a (un niño o una niña nunca puede tener la culpa de estas situaciones). Si la confrontación es escrita, la carta debe incluir: 1) “esto me hiciste”, 2) “así me sentí”, 3) “así me afectó mi vida”, 4) “esto quiero de tí desde ahora”.

El éxito, no pasa tanto por la reacción de los padres, sino que se debe considerar que su confrontación ha sido positiva por el simple hecho de haber tenido el valor de hacerla.

En casos extremos, no hay mejor remedio que un definitivo adiós a estos padres tóxicos.

Enfrentar a los padres, explicarles claramente qué es lo que se piensa de la relación, llegar a un consenso para cambiar la situación, conocer razones por las cuales actúan de esa manera e incluso limitar el contacto con ellos son algunas de las recomendaciones que hace desde la psicoterapia.

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