Está  constatado  que los psicofármacos son la única sustancia en la que las mujeres superan a los hombres en prevalencia de consumo, en atención primaria las mujeres las demandan en mayor número, y lo más curioso, ante similares problemáticas, a las mujeres  se les prescriben más habitualmente que a los hombres.

¿Cuál es la causa? ¿Existe un sesgo de género en la atención sanitaria que reciben las mujeres?¿ los hombres no se sienten ansiosos o deprimidos  tanto como ellas?, y cuando lo están ¿ no recurren a la farmacología?¿ los profesionales consideran que ellos no lo necesitan y ellas sí?

Está claro que  los roles de género y la identidad masculina y femenina, influye en el malestar de la mujer; que estos factores psicosociales determinantes en la formación de la identidad de género influyen en la forma de enfermar.

El esfuerzo que lleva a cabo la mujer intentando adaptarse a las exigencias de un modelo vital que no da tregua,  sin lugar a duda, termina expresándose en malestar, y quizás dolencias físicas. Hablamos, por lo tanto, de un tipo de malestar muchas veces relacionado con las consecuencias que tiene vivir en nuestro sistema de género, que sobrecarga a las mujeres en una multitud de roles y funciones de forma insostenible.

Los desordenes emocionales que sufren los hombres, (que también los sufren), de nuevo están sesgados por los mandatos de género, las causas, muy frecuentemente están relacionadas con dificultades en el ámbito laboral y en el plano sexual. En repetidas ocasiones, los hombres, desde el estereotipo de tipo autosuficiente y fuerte, rechaza la ayuda profesional y en mayor medida la farmacológica, con el añadido, además, de  que la mayoría de estos fármacos afectan transitoriamente al apetito y la capacidad sexual.

Pero, al margen de cómo los roles de género influyen en la salud  mental de hombres y mujeres, ¿es posible que los profesionales hagan interpretaciones y valoraciones diagnósticas condicionados por si el o la paciente sea hombre o mujer?

Los datos reflejan que, efectivamente, esto sucede, a las mujeres nos sigue acompañando el mito de “histéricas”, viscerales, emocionales, todo corazón…, como si fueran características intrínsecas e irremediables de nuestro propio ser, y la única causa de nuestros sufrimientos (“ellas son así…” ),sin consideran la existencia de motivos “reales” y “serios”, y por supuesto, no barajando ninguna otra alternativa más que la bioquímica, la más fácil y rápida, nueva muestra de desvalorización y maltrato institucional.

Y lo peor, ya no es la prescripción desmedida de psicofármacos, si no que, en la mayoría de los casos, se prolonga el consumo de los mismos durante periodos larguísimos de tiempo, de forma injustificada  y no exenta de peligro, siendo una práctica totalmente avalada por el profesional correspondiente.

Entendemos, que tal y como está la Sanidad, en los 5 minutos que tiene para atenderte, no pueden profundizar mucho en la etiología del problema. También somos conscientes de que existen intereses nada desdeñables y muy sospechosos  procedentes de las compañías farmacéuticas.

Las pastillas son muy necesarias en determinados casos, necesarias y combinadas con psicoterapia, en otros, y en múltiples ocasiones, totalmente sustituibles por una psicoterapia encaminada al desarrollo de habilidades para resolver problemas, desarrollar tolerancia a la frustración y a valorar y potenciar las capacidades personales.

Los fármacos tienen su lugar, pero están tomando espacios que no les corresponden y aquí es donde aparece el mal uso y el abuso.

Como yo, muchas profesionales abogan por un cambio de planteamiento en la intervención, no meramente desde los síntomas, sino también desde sus causas. Eso es una intervención que fomente el diagnóstico y el tratamiento desde una perspectiva de género, atendiendo a las necesidades específicas que tienen las mujeres por el hecho de serlo en nuestra sociedad, ofreciendo alternativas no farmacológicas, si no son estrictamente necesarias, potenciando la intervención psicológica y el entrenamiento personal.